Al borde de la noche
camina de puntillas,
y yo
juego a ignorarla una y otra vez.
Y ahora pequeña muñeca abre los ojos y dime qué quieres.
Todo condenado tiene derecho a un último deseo. Acerco el cigarro a su boca y las llamas la empiezan a comer. Guardaré sus cenizas en este sobre, en el que ya está escrita la dirección de la muerte. (La papelera no es final para los recuerdos que uno se resiste a perder). Mañana lo envío, pero sin remitente, no me la vayan a devolver.