Al borde de la noche
camina de puntillas,
y yo
juego a ignorarla una y otra vez.
Y ahora pequeña muñeca abre los ojos y dime qué quieres.
¿Hoy? Hoy quémame. No tengas miedo, ya sabes que soy yo la que quiero arder. Acerca el fuego a mi piel, es sólo papel. Abrásame. Fundirme entre el dolor y el placer. Deshacerme entre tus manos. Consúmeme, regálame el calor de tu vacío. Mírame, mírame por última vez.
Ella, ella, ella. La muñequita de papiroflexia que yo creé.
De mi colección de señoritas de compañía fue la favorita, hasta una sonrisa seductora y roja le dibujé con un pincel. Besé noche tras noche sus labios imaginarios aprehendiéndonos con lenguas anhelantes y en besos demorados. Mi fantasía en blanco y negro.
Todo condenado tiene derecho a un último deseo. Acerco el cigarro a su boca y las llamas la empiezan a comer. Guardaré sus cenizas en este sobre, en el que ya está escrita la dirección de la muerte. (La papelera no es final para los recuerdos que uno se resiste a perder). Mañana lo envío, pero sin remitente, no me la vayan a devolver.
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