Descalza


Deambulo en mi habitación como una loca.
Veo a mi triste sombra seguir inútilmente mis pasos.
La sorprendo besándome el tobillo.
Y por un momento, me río de mí misma
mientras continúo mis pasos sin sentido.

lunes, octubre 09, 2006

Karla Fuma

.

Karla no puede más. La noche no se soporta. La ciudad se ha quedado sin aliento. Bufa su hastío y sofoco, mientras algunos universitarios celebran el resoplido con gritos de alivio. La brisa no es más que paracetamol entre golpe y golpe de calor que cae como un puto mazazo para reventar las axilas de sudores contenidos y podridos. A la vuelta de la esquina, doscientos metros más arriba, la calle se ha vestido de jueves, música, risas y babas para las lenguas. Todavía es verano en este calendario otoñal.

Una pareja se magrea en el portal de Karla; cuatro abuelas a la fresca abanican sus enaguas; tres damas de tacones imposibles y entrepierna a la venta, alardean de las notas de sus retoños y; media docena de borrachos desperdigados reparten vómitos, letanías, ronquidos y silencios. Desde alguna ventana, (la del primero del número trece), un bolero jode el sueño a los peones con turno de mañana.

Karla nunca encuentra las llaves adecuadas a la primera. Ni el mechero. Necesita entrar en casa, los treinta pesan cuando las centenarias campanas de la torre del casco antiguo, dan las doce.

Un trueno interrumpe su búsqueda. Las viejas, raudas –quién lo diría- recogen las sillas plegables. Sonríe; renuncias, vicios y labios secos, ésa es su dote. Un último cigarro para matarlo a lentas caladas. A veces simplemente, toca parar. Se deja caer sobre el escalón libre de su portal. El fondo de su bolso se multiplica. Empieza a llover y ella ahora, lo que necesita es fuego y descanso. Descanso y fuego. Y no encuentra ni lo uno, ni lo otro.

- ¿A cuánto cotiza el polvo de hembra, guapa?


(Disparo II)

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