Disparo III
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La primera vez que Karla bailó sin bragas lo hizo por amor. A solas, sin música y en su habitación. Abrazada al tacto áspero de la vieja camiseta que él llevaba cuando le conoció -la de la suerte-, sobre su cuerpo. Esa que un día decidió abandonar en el armario de ella con un –ya no la necesito, te tengo a ti.- Se desvistió de él, lentamente, hasta quedarse tan sólo con ese trozo de tela impregnado de recuerdos que la venían grande.
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