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Avanzo por las baldosas rojas a saltos secos -sin impulso-
para que las manos de los rostros que se cruzan en zig-zag no me ofrezcan una cuerda para jugar a la comba. Tengo una misión, no puedo perderme en simulacros de divertimiento(1). Las alcantarillas se rodean. Si consigo alcanzar el final de la calle sin que se hunda bajo mis pies aquella que ha de engañarme por estar sutilmente resquebrajada y por tanto rota, sé que me esperarás con la manta de piel que abrigará este frío. Si es que todavía es invierno niño, y el tiempo no baila con el camisón que viste mis sueños. Ése que una vez, quizá la primera vez, rasgaste y que no he sabido coser.
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