Descalza


Deambulo en mi habitación como una loca.
Veo a mi triste sombra seguir inútilmente mis pasos.
La sorprendo besándome el tobillo.
Y por un momento, me río de mí misma
mientras continúo mis pasos sin sentido.

miércoles, enero 18, 2006

Puta carre(te)ra II


Amanecía sucio cuando la vi. Tirada en el arcén de la autovía, desnuda y de costado. Sobre sus huesos. Parecía un animal despellejado. Al principio no la reconocí y digo reconocer no de identidad, sino como ser humano.

Me contó que tenía 36 y que había sida profesora, de primaria. No tenía motivos para creerla. Me contó que echaba de menos a los niños. Bueno, que a los niños no, que lo que añoraba eran sus ojos. Decenas de pares de ojos en ramillete, escuchándola y quizá quién sabe si admirándola. Fue fácil querer creerla. No me contó nada más. A ratos dormitaba sentada a mi lado, de vuelta a la ciudad. Apestaba.

Cuando la dejé sobre aquella silla de ruedas en la sala de espera de urgencias tan sólo se cubría totalmente los pies, y parte del tronco con un holgado y burlón chaleco reflectante que mostraba impúdico el filo amenazante de su clavícula, la soga al cuello, la apatía de sus hombros, la agitación de sus codos y rodillas en un desequilibrio imposible, la cara y la cruz de unos muslos desposeídos. Al levantar la mano para despedirse se le vieron las tetas, parecían sólo dos pezones enormes, dos garfios sobre los que colgaban gajos desollados de naranja. Se movían despacio, como arrastrándose en un baile tétrico. No quiso quedarse con mi chaqueta. Pero con tus calcetines sí -me contestó- que son de duende.


(continuará)