.
El cenicero desborda porquería. Es el pequeño, el grande se rompió. Le saqué fotos. Estaba tan bonito, picos de cristales de colores sobre ceniza, decorando mi suelo. Lo dejé ahí horas, en la esquina. A veces una se cansa de barrer restos y prefiere contemplarlos, quizá es un duelo más largo pero resulta finalmente reconfortante, te da tiempo a despedirte pasando por todo el abanico de las emociones; de la rabia, frustración e impotencia a la calma de la sonrisa condescendiente y previsible. A la fuerza una aprende a desprenderse de los destrozos sin prisa, total, la fragilidad al abrigo del roce de mis manos implica una fecha de caducidad, desconocida pero cierta, nada sobrevive. Excepto mi pez milagro, nada me ha durado tanto, ni el amor.
El cenicero desborda porquería. Es el pequeño, el grande se rompió. Le saqué fotos. Estaba tan bonito, picos de cristales de colores sobre ceniza, decorando mi suelo. Lo dejé ahí horas, en la esquina. A veces una se cansa de barrer restos y prefiere contemplarlos, quizá es un duelo más largo pero resulta finalmente reconfortante, te da tiempo a despedirte pasando por todo el abanico de las emociones; de la rabia, frustración e impotencia a la calma de la sonrisa condescendiente y previsible. A la fuerza una aprende a desprenderse de los destrozos sin prisa, total, la fragilidad al abrigo del roce de mis manos implica una fecha de caducidad, desconocida pero cierta, nada sobrevive. Excepto mi pez milagro, nada me ha durado tanto, ni el amor.
<< Descalza