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Partamos de la imagen de una mujer frente al espejo,
Partamos de la imagen de una mujer frente al espejo,
un espejo de cuerpo entero.
La mujer que se mira en el espejo de cuerpo entero, no reconoce -ni se inquieta- a la niña que baila sobre los vidrios rotos de la botella que yace a sus pies.
La mujer atrapada fuera del espejo de cuerpo entero, hurga -silenciosa- en la sombra que no proyecta; buscando, tal vez, en esa copa vacía que cuelga oscilante de su mano izquierda, la punta del destino perdido.
La mujer que ha bañado con vino tinto sus tobillos y el bajo de su pantalón se calza las plantas, no vaya a cortarse; una a una, no vaya a perder el equilibrio; toma la escoba y el recogedor; suspira –teatrera-; se gira y empieza a barrer -práctica-.
La mujer que le da la espalda al espejo, de cuerpo entero, no está dispuesta a salvar la distancia entre su propio charco y la mu(ñ)eca burlona -que la reta y parpadea entre saltos sin red y lenguas de dos coletas- refugiada en la superficie frívola y caprichosa del cristal.
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