Descalza


Deambulo en mi habitación como una loca.
Veo a mi triste sombra seguir inútilmente mis pasos.
La sorprendo besándome el tobillo.
Y por un momento, me río de mí misma
mientras continúo mis pasos sin sentido.

domingo, abril 17, 2005

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Despertó con la garganta seca, abandonó el refugio de las sábanas y desnudó el eco de sus pasos hasta el lavabo. Absorta frente al regalo de su piel saciada olvidó su sed y se dejó asustar por la sombra que bostezaba en su espalda.

- No me mires.
- No seas boba...
- Vuélvete a la cama.
- No, quiero que veas algo.

(...)

- ¿La ves?
- No.
- Abre la mirada, está ahí, vestida con tu brillo de bruja.

Ella se inclinó hacia delante y se acercó al espejo poco a poco buscando los ojos del cuento que él susurraba en su oído, hasta chocar contra el cristal, hasta apretar sus labios contra su propia imagen. Estaba frío. Una gota resbaló por su mejilla izquierda y se perdió en el cuello. Y fue entonces con el silencio de sus respiraciones sonriéndole al reflejo cuando ella la sintió, sintió como le inundaba la magia de su propio cuerpo.

Su sexo desperezándose travieso comenzó a despedir un vaho tibio y animal. Él olfateó la trampa del deseo. Ella inmóvil. Él inquieto. Ella cerró los ojos y dedicó todos sus sentidos a esa lengua, que paseaba glotona una y otra vez, por el camino de ida y vuelta desde su hombro hasta el recodo de su pelo. Él dibujó su nuca a besos. Ella arqueó su espalda. Él lamió y lamió, durante minutos como horas cada pespunte de su columna. Ella le ofreció una cintura en la que cabalgar. Él le abrió las nalgas y las marcó con sus dedos. Ella separó dócil sus rodillas, delineando con su coxis y talones un triángulo perfecto. Él descendió. Ella ronroneó. Él hundió su boca en el calor del infierno. Ella gritó. Él bebió. Y ella, ella abrió los ojos para ver cómo las pupilas que creían en él, se corrían.