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Está el miedo-escénico (el clásico pánico) que paraliza como una descarga de un rayo. Se cura a base de patadas en el culo. Luego está el miedo-espejismo (la ficción pusilánime) que envuelve como una neblina invisible y pesada. Éste es un cabrón, porque no frena los pasos, pero te impone la carga del camino y la mirada baja, no de la de los cobardes sino la de los idiotas.
Y contra ése, contra ése no caben las bofetadas externas si no despiertan antes tus sueños.
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