Descalza


Deambulo en mi habitación como una loca.
Veo a mi triste sombra seguir inútilmente mis pasos.
La sorprendo besándome el tobillo.
Y por un momento, me río de mí misma
mientras continúo mis pasos sin sentido.

lunes, diciembre 13, 2004

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Nunca fue niña de peluches ni muñecas.
Pipo llegó a destiempo y como desacertado primer regalo. El día que tiró su viejo cuerpo, de más de un metro y perfectamente amortajado para tan solemne ocasión con el vestido de moho zurcido con el hilo de sus flujos y lágrimas en el contenedor de la basura, dejó de ser el brazo consolador con cuerpo de oso y alma de almohada frustrada. Lo mató tarde, lo dejó agonizar inhumana e ingratamente, y sólo reunió valor cuando lo vio yacer moribundo en los cuidados intensivos del trastero. Una eutanasia compasiva, nada más eficaz y rápido que un golpe certero en la nuca (como con los conejos), no hay dolor. Por ataúd una preciosa bolsa con motivos navideños, del Corte Inglés, y como corona, musgo del Belén. Ese año para los Reyes pidió un bono de diez, y lo usó entero para alquilar muñecos hinchables.