Descalza


Deambulo en mi habitación como una loca.
Veo a mi triste sombra seguir inútilmente mis pasos.
La sorprendo besándome el tobillo.
Y por un momento, me río de mí misma
mientras continúo mis pasos sin sentido.

lunes, septiembre 13, 2004

En la pista.

Todos bailan con la Rubia. Y tú bailas con cualquiera. Y a mí, a mí sólo me miras. Tus ojos empañando una y otra vez mis gafas. No te esperaba, tu presencia me vuelve torpe enfundada en mis mejores galas, tu carcajada a mi espalda enmudece mis piernas y el dado de quien tira primero y sabe retirarse a tiempo. Caen las copas cuando se escapa la tarde. Y tú siempre estás en la otra esquina de la barra. Un año desde que esquivamos cómplices, la trampa de nuestra aprendiz de celestina. Perros viejos con demasiados cubos de basura pateados en espaldas que cargan noches sin farolas. Y hoy tus manos en todas las cinturas me encelan, vientres planos sobre los que repicarán las campanas de tu torre. Y mi boca se llena de pereza para desnudar lo que no ves en mis caderas. Ese agujero con el que succionan las feas. Los borrachos no mienten y en mi ombligo se desborda la ginebra. Escucho el eco de tus cuartos, y antes de y media sé que me iré a casa y que lo haré acompañada. Vendrá conmigo ella, la borrachera con la que he ligado y que dice llamarse llorona y que te tiene ganas. Pero no dejaré que te salpique en busca del consuelo del trío de las dos en punto. Porque a mí con esa siempre me gustó montármelo, ella y yo sólas.