La mujer que está escribiendo como si siguiera tras las rejas de su propio circo de las emociones, quiere regalarme un cuento de viajes y yo la dejo hacer; como si buscara la vena de mis brazos para inyectarme todos sus caminos en ellos. Y yo agradecida porque sé que al final del relato habremos entendido, ella y yo, algo de los insomnios turbios que empezaron a desaparecer cada vez que cruzaba un puente, convirtiéndose en una simple caminante, despojándose de su disfraz de contorsionista de los sentimientos, de malabarista de los deseos, de payasa a sueldo. De recuerdo, de vuelta a esta ruidosa casa, un álbum lleno de todas las fotografías que le tomó al silencio.
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