Descalza


Deambulo en mi habitación como una loca.
Veo a mi triste sombra seguir inútilmente mis pasos.
La sorprendo besándome el tobillo.
Y por un momento, me río de mí misma
mientras continúo mis pasos sin sentido.

jueves, noviembre 30, 2006

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Dices que me robas las alas
y yo que no sé volar, busco en el espejo plumas en mis costillas pero el doble de mi espalda sólo me devuelve un disfraz de papel cosido a besos, que tiembla cada noche que le susurra vacilante tu llama. Cuidado, ten cuidado, que tan cerca (tan cerca, tan cerca) puede empezar a arder.


martes, noviembre 28, 2006





Cuando una mirada,


abriGa


Es tuya,
amiGa


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jueves, noviembre 23, 2006

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Llegó el día M.








miércoles, noviembre 22, 2006

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(Sueñados I)

Hoy en mis pesadillas me he batido a duelo luciendo, altiva, un delicioso vestido rojo. Lo necesito. Recuerdo todos sus detalles, hasta los que no tenía. Tengo que encontrarlo. Sobre todo porque me quedaba d-i-v-i-n-o, y ello a pesar de que yo en mis sueños; me quito barriga.

lunes, noviembre 20, 2006

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Te cambio;

mis gafas de colores



por unas en B/N


necesito/ descansar/ ojos/ grises/




miércoles, noviembre 15, 2006



Quizá mañana
me vista con tu nombre
-desde mi nuca hasta las nalgas-
firmado con tus dientes,
con tus dientes,

tus dientes.


(Su perfil

dulce y afilado

tatuando de deseo mi espalda.)


lunes, noviembre 13, 2006

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A veces creo que debería dejar
de emborrachar mi lengua y sin embargo,
relleno la copa de tu ombligo una y otra vez,
para ahogarme en el charco entintado de una duda.


Muda.

miércoles, noviembre 08, 2006

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La mujer que está escribiendo como si siguiera tras las rejas de su propio circo de las emociones, quiere regalarte un cuento de viajes y yo la dejo hacer; como si buscara la vena de mis brazos para inyectarme todos tus caminos en ellos. Y yo agradecida porque sé que al final del relato habremos entendido, ella y yo, algo de los insomnios turbios que empezaron a desaparecer cada vez que cruzaba tu puente, convirtiéndose en una simple caminante, despojándose de su disfraz de contorsionista de los sentimientos, de malabarista de los deseos, de payasa a sueldo. De recuerdo, de vuelta a esta vacía casa, acaricia un álbum lleno de todas las fotografías que le tomó a nuestro silencio.


lunes, noviembre 06, 2006

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No debería y sin embargo, hundo mis pies en el barro de tu cama.
No debería y sin embargo, desnudo tu nuca de silencios y sombras.
No debería y sin embargo, derrapo mi lengua por tus vientres.
No debería y sin embargo, amamanto tus sueños para quedármelos.
No debería y sin embargo, seco mi boca abrazando tus labios.
No debería y sin embargo, desabrocho tus venas con mis dientes.
No debería y sin embargo, inundo mi aliento con la espera.
No debería y sin embargo, fumo tu voz en todas mis caladas...
mis caladas...adas
mis caladas...as
mis mis caladas...



No debería y sin embargo......




viernes, noviembre 03, 2006

Disparo IV

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Karla tiene una memoria letal. Esa clase de recuerdos en 3D x 5 sentidos.

Karla consigue dominarla a su antojo durante el día a cambio de dejarla campar a sus anchas y rencores cuando Satán se apodera de su insomnio en la duermevela. Ambas alcanzaron un pacto hace ya tiempo, y aunque no lo parezca las dos son mujeres de palabra. Karla lega los mandos certeros y mortíferos de los que hace tan buen uso y abuso en cuanto se escurre entre las sábanas. Y a Karla siempre le ha costado mucho cazar un sueño rápido y placentero. La memoria es una vieja zorra, con un sistema aleatorio que ora la flashea con la última conquista de su venganza, ora la martillea con los susurros al oído del pequeño Marcos, aquella forma con la que le ordenaba recitar la última lección de sus particulares clases de caligrafía, dibujo y matemáticas. Todo era susurrable en su universo privado de profesora y alumno. En su cama, Karla no necesita cerrar los ojos para re-sentir el olor a tigretón que emanaba la boca de su amigo aquella tarde del 9 de septiembre en la que por primera vez él alargó ese centímetro de más –ese límite no permitido- la punta de su lengua hasta rozarle el pabellón superior izquierdo de su oreja infantil. La tarde de su primera bofetada. Karla reaccionó con la agilidad que le caracterizaría toda la vida –malentendida con el tiempo y la edad como precipitación- como un resorte se giró y le estampó los dedos, los cinco de su mano derecha. Se los tatuó como un recordatorio: él ante todo le debía sumisión y obediencia. La iniciativa debía seguir llevándola ella si él quería seguir gozando de respeto y nombre en el patio del colegio.

Marco tenía ocho años y Karla cinco, cuando éste aterrizó en el vecindario, puerta con puerta 5ºA-5ºB del número 11 de un barrio a las afueras de la ciudad, era ya la sexta mudanza de su corta infancia. Marco era un niño morenazo, espigado y guapo, con el pelo demasiado largo y descuidado para los usos de la época. Caminaba siempre con las manos en los bolsillos- hasta cuando corría- y se le despistaba, casi diario, la obligación de atarse los cordones de las playeras. Sin embargo nunca se tropezó o al menos nunca nadie le vio caer por culpa de este detalle, éste secreto sumaba puntos a su aura de misterio que unida al dominio de todas las prácticas deportivas, le convertían en el objeto de suspiritos y corazoncitos en las puerta de los baños o en las carpetas clasificadoras de Mc Giver de la mayoría de las niñas desde primero a quinto de EGB, incluido entre ellas –que se supiera al menos- el rubio Fabián. Karla era… digamos de momento que Karla era simplemente una niña regordeta. Para cuando ambos cumplieron nueve y seis - pocos meses después-, en el caluroso julio del mundialito del 82, eran inseparables. Ella por él renunció al cromo nº27 –el de Nueva Zelanda-, el último y más difícil de la colección de Naranjito, para regalárselo huérfano y perdido dentro de la caja de cartón del primer televisor en color que entraba en su casa. Él a ella le regaló horas de practicas con la muñeca de su hermana pequeña –una grotesca cabeza tamaño “natural” de melena rubia platino y ojos azules imposibles cercenada por el cuello-. Era una sorpresa, pero ella le adivinó en cuanto se presentó en su casa a la hora del desayuno, su relación nunca fue pródiga en palabras. Le hizo esperar paciente y silencioso sobre el taburete mientras se demoraba con sus cereales, anticipándose, deleitándose en las horas siguientes. Sentada en el retrete se dejó cepillar una y otra vez y otra y otra más su indomable melena. Quién sabe cuánto hubiera durado el rito mecánico y metódico si su madre, la de ella, no les hubiera interrumpido a gritos y golpes contra la puerta para que abrieran el quisquete del cuarto de baño, asustada una vez más por las horas que pasaban encerrados. Bajo la atenta y desquiciada mirada maternal Marco peinó por primera vez a Karla. Por ella había aprendido a trenzar la coleta que ella lució durante todo el día con la cabeza bien erguida, si alguien le preguntara ella hoy nuevamente aseguraría que ese día creció dos centímetros de placer.

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jueves, noviembre 02, 2006

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Me despierto despierta, con dolor en las sábanas de dar tantas vueltas. Me despierto con sueño acumulado y un día lleno de horas impares gritándole a la cuenta atrás. Es decir, con un jueves color cacabebé por delante. Me despierto con ganas de besar. Besar la almohada, besar el vaso del zumo, besar el agua de la ducha, besar la muda con olor abrisadelbosque, besar tu culo peludo. Besar mis bailarinas nuevas, besar mi reflejo en el espejo, besar al frío de la calle (a ése un gran muerdo), besar la toquilla de Daniela, besar al viejo de la once apostado en la esquina. Besar el manillar de mi bici con margaritas, besar los dedos y las manos que me sirven el café tras la barra, besar el autodefinido del periódico (y la tira de Forges), meter mi cabeza dentro de mi enorme bolso y ametrallarlo a besos para guardarlos dentro (-stock- previsora que es una). Besar la pantalla y todos mis contactos de msm (bueno, a casi todos), besar a Jopetas, el peluche-tigre de la suerte, besar el primer cigarro del día y su colilla. Besar la risa, las prisas y los dardos envenenados. Besar, besar y seguir besando. ¿Y tú me preguntas que por qué te he desgastado a besos?